Antes que nada por descansar quiero decir que, salvo casos especiales, durante el verano los alumnos deberían dedicar su tiempo a lo que no han podido hacer durante el curso, plagado de horas de clases oficiales, más las particulares, mas las extraescolares para que no estén ociosos.
Deberían dedicar ese tiempo a las relaciones personales, a la vivencia en grupo, bien sea organizada en campamentos o actividades guiadas por monitores, a jugar a lo que les apetezca, a acudir a la playa con sus iguales, a no hacer nada a veces, a esparcirse en vacaciones con sus progenitores y a organizar su tiempo libre en parte a su manera.
Necesitan verse liberados de la presión académica, que han vivido en el curso, como si esta actividad fuese la más importante de sus vidas, a sentir la libertad de movimientos, dentro de lo que la vida familiar les pueda permitir. Dentro de ese tiempo de asueto estaría la mayor intensidad de la relación que necesitan con sus padres, sobre todo, para los menores de quince años y para los mayores de esas edad saber que las relaciones con sus semejantes cobran mayor relieve o muy importante relieve.
No olvidemos que la formación de la personalidad no depende sobre todo de sus aprendizajes curriculares sino de sumar experiencias que enriquezcan sus relaciones con el mundo que les rodea.
Alguno estará pensando qué lugar ocupa en este ámbito el uso del móvil y los juegos electrónicos o digitales. Importante, sin duda y por eso se pueden dedicar hasta tres o tres y media horas al día, porque eso también desarrolla la inteligencia en varias facetas importantes.
El estrés de la presión y rutina escolares deberían reducirse muy considerablemente o totalmente en la mayor parte de los casos en el verano. Soy consciente de que no hay recetas generales, pero en lo posible los chicos y chicas necesitan desconectar del ambiente vivido durante algo más de nueve meses.