Con frecuencia se lee u oye hoy día, hablando de los jóvenes, decir que son hijos malcriados, que siempre andan de fiesta, que no son responsables, que si no se toman en serio la vida, que si no aceptan trabajos que les resultan aburridos o mal pagados, o les impiden disfrutar de la diversión del fin de semana, etc. Que son unos malcriados.
Es decir se echa sobre ellos la culpa de tales comportamientos.
La pregunta sin embargo que surge es: si de verdad eso es producto de una mala crianza ¿a quien se ha de trasladar la responsabilidad, a ellos sobre todo o a quienes les han criado y educado en esa mentalidad un tanto irresponsable?
La respuesta no es fácil porque no hay que cargar los tintes sobre los padres únicamente pero en último extremo es sobre los progenitores sobre quienes recae la educación que ha conducido a tal estado.
Los hijos de hoy en dia han crecido en unas familias en las que los padres se han inclinado por facilitar demasiado la vida de sus hijos quizás con el afán de que sufran menos que sufrieron ellos, quizás por la mentalidad imperante de que ya la vida implica abundantes insatisfacciones y dolores y por ello hay que intentar que los hijos sean lo más felices que puedan, como si esa felicidad fuese la antesala y garantía de que, cuando sean adultos, sabrán superar los contratiempos que se encuentren.
La intención de los padres es buena pero es equivocada porque si para algo hay que prepararse es para la vida que nos toca de adultos y esta no está precisamente plagada de satisfacciones, libre de frustraciones y camino de rosas. Por eso conviene no darles demasiadas facilidades si queremos prepararlos para el futuro que les espera. Claro que no son los padres solo quienes ofrecen facilidades y remueven obstáculos para sus hijos. La ley de educación actual les acompaña para librarlos falsamente de frustraciones al dejarles pasar de curso con materias pendientes y no exigirles el esfuerzo adecuado, esfuerzo que es inherente a la vida.
El caso es que, si en último extremo es culpa de los jóvenes que tienen esa actitud en el primer extremo y el intermedio es culpa de los padres, del Ministerio de Educación y de la actitud imperante de evitar que los niños sufran, pobrecitos, cuando el sufrimiento adecuado y proporcionado es un acto de justicia hacia esos seres humanos pequeñitos, más tarde adolescentes y después jóvenes adultos. A veces olvidamos que la vida implica mucho sufrimiento y no debemos sustraer ni sustraernos a esa constatación.