Es cierto que si se hace el bien o se trata bien a los demás percibimos la reacción en el mismo sentido a corto medio o incluso largo plazo en grado proporcionado o no. Incluso ( y ahí está la paradoja) a veces tratamos bien y recibimos una mala respuesta o desagradecimiento debido a la ignorancia, a que interpretamos mal el gesto o a que estamos demasiado centrados en nuestros intereses y vamos a lo nuestro. Y si los tratamos mal ocurrirá lo mismo, quizás con mayor probabilidad por aquello de que lo que nos molesta lo perdonamos mal o no lo perdonamos.
Por tanto la ley de reciprocidad o, si se quiere, el principio de acción y reacción se cumple mayoritariamente, a pesar de los fallos, que los hay.
Si tuviésemos eso en cuenta tendríamos más presentes las consecuencias derivadas para bien o para mal y disfrutaríamos más de sus ventajas en el caso de acciones positivas y nos libraríamos más de algunas bofetadas en el caso de la reciprocidad negativa.
Hasta el refranero español se hace eco de esta ley cuando dice, por ejemplo, “haz bien y no sepas a quien” o “ con la vara que mides serás medido” o “no la hagas y no la temas” o “quien siembra vientos recoge tempestades”.
Quien al tratar a los demás tiene en cuenta esta ley es más emocionalmente inteligente, ganará más que pierde y se libra de más inconvenientes. Pero como no está inscrito en nuestro genoma se impone hacer esfuerzos para tenerlo en cuenta.
Ya sabes, hay que salir de nuestra zona de confort equivocado y valorar las consecuencias de nuestros actos sociales. Más allá de nosotros hay otros, no muy lejos, por cierto y ellos también reaccionan. Como nosotros ante ellos.
¿Cual es entonces la paradoja? Que a todos nos gusta recibir buenas reacciones de los demás en forma de cariño, de atención, de ayuda, de apoyo, de admiración y de agradecimiento y sin embargo a veces actuamos provocando el rechazo, la ira, el olvido y en ocasiones la revancha o…la venganza!.