Se hizo un experimento para ver la reacción de un perro ante sucesivas descargas eléctricas. Lo metieron en un cajón cuyo fondo era metálico y estaba conectado a la corriente. Le dieron varias descargas separadas y el perro ladraba, se quejaba e intentaba salir de aquel cajón para librarse, pero le era imposible. Aguantó varias seguidas hasta que, sintiendo que era imposible librarse del tormento, comenzó a quejarse menos cada vez hasta que optó por quedarse tumbado en el fondo a pesar de las descargas y su incómodo impacto.
Había llegado a la indefensión aprendida, a la depresión por impotencia.
Los experimentadores idearon qué hacer para que el perro reaccionase. Le ataron el collar y el ramal y al recibir una nueva descarga tiraron fuertemente del perro para sacarlo del cajón y al cabo de cinco descargas el perro había aprendido a saltar y librarse de esa forma. Había aprendido a defenderse.
Los humanos pasamos como el can por momentos de impactos sobre nuestra fortaleza provenientes a veces de personas que tienen más poder e intentan que quedemos sin fuerzas, rendidos e indefensos y así contemplar nuestra derrota y rendición. Y de hecho muchos lo consiguen y el lector conocerá seguro algunos casos. Y a veces provenientes de circunstancias muy adversas.
Cierto es que cualquiera en esos casos lo que desea y es lógico es la eliminación del injusto opresor, acosador o prepotente o de la circunstancia. No siendo eso posible o deseable lo cierto es que hay varias posibles reacciones constructivas: una es no rendirse nunca y estudiar la manera de conseguir nuestro objetivo, repetidamente vetado.
Otra es ver siempre la manera o bien de convencerle, si es un acosador o prepotente o hacerle que no tenga más remedio que cambiar. Otra es echar mano de ayuda o asociarse con alguien más fuerte para intentar salirnos con la nuestra. No cito otras maneras porque no soy amante del uso de la fuerza y la violencia que muchos desearían.
En todo caso, para no caer en ese estado de impotencia y postración al menos debe quedarnos claro que siendo la indefensión un estado psicológico terrible no debemos rendirnos ni renunciar a la lucha y, mientras, idear formas de salir de ese bache sintiendo que seguimos vivos. Vale mucho también no obsesionarse con la idea de “esto es imposible” porque de ese pensamiento a la emoción del hundimiento y la renuncia a pelear solo hay unos milímetros.
Ni siquiera hay un paso. No hay que limitarse a esperar una mano amiga que tire de nosotros porque a veces no acude.
Si uno no se rinde acabará por salir del cajón, del bache o incluso del socavón.