Dice mi mujer que se siente un poco desanimada porque cree que los dos, porque somos mayores, hemos perdido el tren.
¿Qué tren? le pregunto. El tren de pasajeros en el que viaja apretujada, como en los trenes de la India, gran parte de la gente de hoy.
Yo no he perdido ningún tren, le digo. Sigo montado en el mismo de siempre y no estoy dispuesto a bajarme para subirme a un tren que ni me gusta ni lo envidio. Ese es un tren pasajero lleno de pasajeros que buscan lo políticamente correcto, es decir, que tienen miedo a diferir de la manada, a sentirse excluidos o marginados por el grupo más numeroso, de pasajeros partidarios de que haya igualdad en todo para todos, negando las más que evidentes diferencias individuales, de pasajeros defensores de que los animales tienen casi los mismos derechos que los humanos y deben ser muy bien tratados, pero comen pollo y buen jamón sin preocuparse si esos cerdos han sido degollados, cuchillo en mano, en una matanza clásica, comen pescado sin preguntar si el atún ha sido de los sacrificados en una almadraba de Barbate con un bichero o garfio o piden rabo de toro en un restaurante sin preguntar si ese rabo es de un toro sacrificado en una corrida de la que ellos abominan, pasajeros acostumbrados a colgar y airear su intimidad en los tendales de Facebook, Instagram o TikTok, pasajeros partidarios del buenismo, que infravaloran la autoridad y se quejan de las normas, como si estas fuesen un obstáculo para la convivencia, pasajeros con miedo a ser ellos mismos, pasajeros, en fin, que prefieren pasar de valores y principios tradicionales y agarrarse a modas efímeras y vacías, pero en boga.
Me niego a subirme a ese tren abarrotado y prefiero mantener mis convicciones aunque vayan contra el parecer de la mayoría. Sé que es un tren antiguo, pero estoy convencido de que es el tren que transporta valores que son la garantía del orden y el concierto, de la razón y la profundidad de pensamiento, de la lógica y el equilibrio, que han mantenido el mundo en orden a pesar del mucho desorden ocurrido a lo largo de los tiempos.
Yo sigo en mi viejo tren porque transporta viejos valores y principios de los muchos sabios que en el mundo han sido y continúan siendo.
No quiero bajarme ni lo haré por mucho que la presión social me empuje a asimilarme a la moda vigente.
Todo el mundo no debe ir en el mismo tren porque todos no somos iguales, porque sería muy aburrido y porque ese tren es pasajero o transitorio y rebosante de una moda pasajera o efímera. O eso espero.