Hay los que defienden el determinismo, creyendo que todo está escrito de antemano, hagamos lo que hagamos y que nuestra suerte está echada, sea debido a los genes, a la conjunción de los astros o a cosas parecidas. Y están lo que piensan que tu vida depende sobre todo de ti mismo de tus fuerzas y propósitos definidos, que el resultado que obtengas depende de ti y de tu determinación. Ambas posiciones determinista y determinación tienen razón, pero no toda.
No es cierto que nuestro destino esté ya escrito, hagamos lo que hagamos, pero es cierto que en el devenir que hayamos diseñado y en el que luchemos por conseguir nos vamos a encontrar con personas y circunstancias, eventos y sucesos que no están en nuestras manos y que van a forzar el zigzag de nuestra evolución. Simplemente nos daremos de bruces con ellas y eso hará que nuestra dirección, quizás diseñada y buscada por nosotros cambie, sin poder evitarlo. Tendremos que adaptarnos y reconducir nuestra vida de nuevo muchas veces, siempre expuestos a nuevas variables, no esperadas, porque no tenemos control sobre el entorno en que vivimos.
La vida es un conjunto complejísimo de muchas variables que incidirán en nuestro modo de vivir, en nuestras relaciones y contactos, en los lugares a los que nos llevarán contra nuestra voluntad, aunque es cierto que siempre podemos reestructurar los planes, haciéndolos nuestros.
Por eso no es idóneo dejarnos llevar del supuesto destino ni confiar en que todo saldrá como queremos.
Lo interesante es estar abiertos a cuanto nos suceda y al tiempo tratar de reescribir de nuevo el guión, que será siempre provisional, aunque en algunos casos pueda durar un tiempo prolongado.
La vida, nuestra vida, será siempre el resultado final del conjunto de nuestras decisiones voluntarias, sumadas a las que el devenir cósmico, nacional o local, colectivo o de alguna persona, animal o cosa nos obligue a aceptar. Es el resultado de la interacción de cambios sobrevenidos más los provocados por nosotros. Ese equilibrio depende de cómo nos situemos ante la dirección y la intensidad del viento que sople en el camino.
Estamos “condenados” a tejer, destejer y volver a tejer con diferentes hilos nuestro chal, lo que a veces puede resultar apasionante o entretenido.