La ansiedad de llegar a la meta, de conseguir el objetivo, sobre todo, cuando atravesamos por adversidades o contratiempos, cuando la desazón nos invade y nos hace sentirnos urgidos por dentro es la tentación que habitualmente más sentimos. Quisiéramos vernos ya liberados, descansados del agobio y la presión que sentimos. Es una reacción esperable y razonable porque a nadie le gusta nadar en el desasosiego.
Sin embargo una sabia reacción y estrategia consiste en dar pequeños pasos, en ponerse muy pequeñas metas intermedias, cuya suma, cuando te echas de ver, te ha llevado a la meta final.
Las pequeñas metas permiten concentrarse en lo inmediato, para evitar que el objetivo final se nos antoje lejano o muy lejano y la desesperación nos atormente. Centrarse en metas pequeñas y cumplirlas sin pensar en otra cosa.
Y así, la suma se hará una realidad casi sin darse cuenta con el tiempo.
Vale para cualquier proceso, para cualquier destino a conseguir pero sobre todo vale para superar la adversidad y evitar que la ansiedad bloquee nuestro avance.
Se requiere una gran disciplina mental para este ejercicio porque las ansias por llegar a buen puerto final nos atenazan.
Pequeñas metas, una a una, inmediatas, conseguirlas y ver cómo esos logros nos sirven de aliciente. Ver cómo avanzamos y esperar que el destino se convierte en realidad cuando menos lo esperamos.
Es cuestión de determinación y de paciencia.