El agobio personal que sentimos cuando una decisión tomada la vemos equivocada por nuestra parte y por ello nos sentimos culpables del fracaso es algo connatural al ser humano. Es algo esperable y bastante frecuente. Como frecuente es que el sentimiento de culpa nos siga acompañando. A algunos mucho tiempo.

Sin embargo me gustaría entrar un poco en este tema que a muchos les puede llegar a quitar el sueño, cuando no es para tanto.

En primer lugar no he conocido a nadie que al tomar una decisión lo haya hecho a sabiendas que había otra solución mejor y la haya desechado. Cuando uno toma una decisión es la mejor que se le ocurre en ese mismo instante! Si hubiese habido otra mejor, sin duda que se habría decantado por ella. Por lo tanto si esa era la mejor, aunque luego resultase equivocada, no hay motivo justificado para la culpabilidad y menos para la culpabilidad alimentada y extendida en el tiempo. Nuestras vidas están llenas de decisiones erróneas, lo que es  natural.

Otra cosa distinta es que el error proceda de nuestra precipitación al tomarlas, de que no hayamos parado un poco más a valorar los pros y contras de algunas decisiones.

En esos casos si procede en lo sucesivo tratar de reducir la precipitación, pero esto es otra historia distinta a sentirse culpables del error cometido.

La culpa no es buena compañera de viaje y por tanto, si no hubo intencionalidad de causar daño, debemos prescindir de esa emoción que nos ahoga, cuanto antes.

Lo dicho, no hay que arrepentirse de lo ya decidido, porque era lo mejor que veíamos que se podía hacer. Y después, puesto que siempre estamos a tiempo, enderezar o corregir el rumbo. Todo menos amargarse la vida por algo que involuntariamente hemos errado.