No es mi intención polemizar sobre la religión católica a propósito del principio que defiende que si te dan en una mejilla, pongas la otra. Lo que trato es hablar desde la psicología y desde el sentido común. Si tu pones la otra mejilla cuando te golpean, aunque sea moralmente, lo que estás haciendo es hacerte más la víctima y ya sabemos que, de hecho, cuando así actuamos, lo que nos ganamos es otra bofetada, si cabe aún más sonora y más fuerte. Que se lo digan, si no, a tanta víctima del acoso escolar o del acoso laboral, acoso de pareja, del acoso moral y del abuso en general. Si los acosados supiesen cómo defenderse y optasen por ello, otro gallo les cantaría a ellos mismos y a los acosadores. ¡Nada de poner la otra mejilla! Qué más quieren los abusadores y los maltratadores. No hay que darles ese placer, para algunos, erótico, por cierto.
Aprender a defenderse y defender nuestros derechos es una obligación moral, además de una habilidad social, para no sucumbir a los abusos de poder y con ellos a la humillación, que muchos seres humanos están dispuestos a soportar, cediendo ante el poder arbitrario de todo aprovechado y ventajista.
Por tanto defender ese principio no es el mejor camino para salvaguardar la dignidad humana. Procede defenderse y no digo ya devolviendo los golpes físicos, aunque es lo que apetece, pero sí defendiéndose cada uno como pueda, pero defenderse es fundamental. Ello hará que la víctima se crezca y que el victimizador se lo piense dos veces.
Y conste que no hablo de la bofetada física sino de cualquier bofetada moral y psicológica. Si cedes demasiado el otro se crece y si se crece no se conformará y seguirá dominando, si los otros se dejan.
Defenderse por tanto es un deber ineludible.