Se observa en el ambiente (y esto no ha hecho nada más que empezar) reacciones airadas en la gente. Hay muchas personas que saltan agresivamente en cuanto que les dices cualquier cosa que no les gusta o si uno levanta la voz sin intención de herir. Llevamos tanto tiempo en que nuestra libertad se ha visto limitada, hay tantas restricciones, tanta ansiedad, tanto nerviosismo y tanta angustia en otras. Hay tanta frustración y tanta incertidumbre. Hay tanto miedo y tanta inseguridad. Hay también en muchos tanta desesperanza que no es de extrañar que la rabia y la ira exploten sin haber demasiada proporción en un momento dado. Cualquier comentario, sin intención de molestar o herir, algunas expresiones, miradas o expresiones pueden activar el resorte de la ira y explotar. La pandemia y todo lo negativo que lleva consigo, que es mucho es causa suficiente para explicar este estado colectivo y todas estas reacciones adversas. Si añadimos, y esto tiene importancia añadida, el rencor que en el plano político se viene alimentando por la polarización de posturas, tendremos cumplida explicación.
Como quiera que este ambiente erosiona nuestras relaciones personales, familiares, laborales, comerciales, etc. no queda más remedio que tomar conciencia de que, para que el clima no se enrarezca más, se deben hacer al menos tres cosas: tratar de no provocar al otro o los otros, si uno se siente provocado no reaccionar en reciprocidad sino mantenerse serenos y procurar practicar la amabilidad y buenas formas. Sería interesante aprender de los japoneses que al exceso de población en aquel espacio reducido con lo que eso supone de roce, se les haya enseñado a practicar la amabilidad y la sonrisa como una forma de contener la tensión que sea crea.
En fin, o atizamos el fuego o, mejor, tratamos de extinguirlo. Todos.