A nadie le gusta sentir que le ponen límites a sus movimientos e impulsos. A nadie le agrada que le pongan normas que limitan deseos y aspiraciones y menos a los niños, que son un saco repleto de impulsos.
Pero las normas que limitan nuestros legítimos deseos son una necesidad no solo para regular nuestras relaciones personales sino para nuestro equilibrio y madurez, para nuestra estabilidad psicológica y para nuestra salud mental en definitiva, aunque esto no parece ser hoy políticamente correcto.
Sucede sin embargo, aunque esto no es nuevo, que los niños de hoy ven muy atizados sus impulsos lo que además se junta con el afán de los padres de que aquellos no sufran y disfruten de la vida.
Ay, pero ese afán se vuelve no solo contra sus hijos sino contra ellos mismos que, llegado sobre todo el periodo de la pre pubertad, pubertad y adolescencia, se ven desbordados, cuando no superados por el tsunami de la voluntad de esos hijos que presionan para ser complacidos, huyendo de la disciplina que limita su voluntad de placer y de hedonismo, algo esperable por otra parte.
Al verse superados esos padres suelen recurrir a los profesionales para recibir pautas y orientaciones que les ayuden a recuperar el control de sus menores.
No hay unanimidad entre esos profesionales de la psicología en cuanto a las pautas de intervención educativa. Los hay que son partidarios de que los niños sean felices con lo que parece que se ponen del lado del deseo de los menores. Sin embargo hay que decir que el sufrimiento derivado de las frustraciones impuestas por los padres pero también por la vida es un sufrimiento necesario y sanador. Por ello, aunque no sea hoy dia una moneda de cambio muy al uso, los padres conscientes harán muy bien, aunque les duela de poner esos límites a sus hijos y cuando se los salten hacerles perder algo que les gusta y complace. Habrán de esperar reacción violenta o al menos fuerte oposición pero el sentido común, la ciencia y sobre todo la salud mental de esos niños y de sus padres así como la buena convivencia hace necesario plantarse y no ceder ni ampliar los límites.
Todo ello no impide quererlos y mostrarse afectivos en otros momentos. Incluso limitarles y sancionarlos por saltarse lo límites es un acto de amor!
Vaya jardín en el que me acabo de meter. Me espero alguna que otra pedrada. No me importa. Todo sea por la causa.