No lo puedo yo decir mejor que Hesiodo, el sabio de la antigüedad: “Sin duda si colocases, aunque sea un poco sobre otro poco, e hicieras esto con frecuencia, lo poco podría llegar a ser mucho”.
QuÉ forma tan clara y elegante de dar dos ideas para cualquiera que intente cambiar algún aspecto de su estilo de vida o de su carácter: lo de hacer las cosas poquito a poco, es decir sin grandes esfuerzos repentinos e intensos y hacerlo con frecuencia, con constancia y perseverancia.
Cuando intentamos cambiar caemos habitualmente en la tentación de hacer grandes arranques, ya sea perder peso (es un clásico) o cambiar alguna faceta de nuestra forma de ser o nuestras relaciones emocionales. Parece que hacerlo pasito a pasito no lo soporta nuestra impulsividad y nuestra prisa. Queremos que sea ya. Y por la misma razón no soportamos fácilmente la paciencia que necesitamos tener para aguantar en el tiempo el mantenimiento de esos pequeños cambios progresivos.
Hay miles de ejemplos que se podrían citar de personas que de una forma silenciosa, pero progresiva y de una forma constante se dirigen hacia la consecución de su objetivo. Que se lo pregunten, ahora que estamos en plenos Juegos Olìmpicos, a tantos deportistas o también a tantos investigadores, actores, escritores y a personas de todos los oficios, aunque no lleguen a la notoriedad. Todos ellos acaban triunfando y consiguiendo los logros perseguidos. El triunfo repentino no es bueno ni aconsejable y otro proverbio clásico así lo ratifica cuando dice: “Natura abhorret saltus”, la naturaleza aborrece los cambios bruscos. Es mejor poco a poco, paso a paso.
Una buena enseñanza para estos tiempos de impaciencia en que nos transmiten la sensación de que el éxito tiene que llegar pronto.