Nada hay que mejor ponga a prueba la fortaleza mental y resiliencia del ser humano que el transitar por momentos de tribulación y sufrimiento. Ahí es donde se demuestra si la reacción es replegarse, encogerse, deprimirse o sacar a relucir el espíritu de combate y recuperación, que todos, en mayor o menor medida llevamos dentro.
La tendencia a huir, evitar o encogerse es la reacción más esperada, pero hay personas que más pronto que tarde reaccionan activando los resortes que tienden a afrontar los problemas, elevando su moral, sin esperar a que el auxilio venga del cielo o desde fuera, aunque no se desprecie la ayuda que otros puedan proporcionarnos.
Esa moral de superación debe ser inculcada desde pequeños, cuando se les presenten a ellos dificultades proporcionadas a su edad, pero no será inculcada si los padres de inmediato tienden a apartarlas de su vista para evitar que sufran, privándoles del debido entrenamiento que les prepare para el futuro, cuando ya no tengan a mano a quien se apiade tanto que les libere de sus cargas.
Igual que cualquier entrenamiento en el terreno físico fortalece los músculos entrenados, lo mismo acontece en el plano emocional y psicológico. Eso requiere vigilar nuestras auto instrucciones para cambiar su contenido, si este es negativo o muy negativo porque, de no hacerlo, nos exponemos a reducir nuestra auto estima y nuestra confianza.
Es necesario trabajar nuestra percepción de auto eficacia y eso tiene dos movimientos: decirse uno a si mismo mentalmente que se puede salir del agujero, que se puede superar el bache e incluso el socavón y ponerse de inmediato a hacer lo posible en esa dirección.
Dejar que las auto instrucciones negativas nos invadan y dejarse vencer, aunque sea muy humano, es exponerse a perder las batallas. Y las batallas, como muy bien sabemos, no se pierden siempre y muchas se han ganado y se ganan, incluso aunque, paradójicamente, se tengan menos medios que tiene el enemigo.
La ocasión de esta práctica nos la ofrecen en abundancia los tiempos que vivimos.