Si quieres enfadar a una persona usa mal las formas y al instante lo habrás conseguido. Esta es una mala costumbre que suele alterar la relación aunque en el fondo los dos pudiesen, como ocurre a menudo, estar de acuerdo en cuanto al contenido.
Y si quieres enfadarla también con seguridad hay otro manera de conseguirlo: basta que generalices el comportamiento negativo del otro diciendo cosas como: “Nunca haces caso a lo que se te dice, nunca aciertas, nunca pones atención en lo que haces. Siempre te equivocas, siempre metes la pata, siempre te sales con la tuya, siempre eres un egoísta. Nunca te pones en la piel del otro, nunca me obedeces”.
Eso crispa a cualquiera porque es inexacto que siempre actúe de manera incorrecta o nunca actúe de manera correcta.
Los seres humanos cometemos errores y fallos que pueden o deben ser señalados para que nos demos cuenta de ello y si se puede corrijamos. Si señalamos la conducta específica y lo hacemos con las debidas maneras conseguiremos más probablemente el cambio deseado, aunque no siempre. Pero si una conducta, aunque sea alguna vez repetida, la generalizamos (nunca, siempre) a buen seguro que no lograremos el cambio sino el enfado y la resistencia a cambiar como respuesta.
Así que centrarse en lo concreto y específico diciendo: “No me has hecho caso a lo que te dije en tal momento, no me has obedecido, te has salido con la tuya hoy, te has equivocado al hacer tal o cual cosa, te has comportado egoístamente conmigo, etc. y eso me ha dolido o molestado”. Algo así.
Cuesta trabajo decirlo de esta forma pero la eficacia es mayor, aunque no sea total. Las generalizaciones además de ser injustas conducen a disgustos evitables.