Desde pequeño me molestaba, supongo que como a todos los niños, que me diesen órdenes, pero nada me han molestado tanto como ahora de adulto que por cualquier sitio que mire, como le pasará al lector, me encuentro con órdenes tajantes. Todo el mundo mandando sin reparo en todos sitios y a todas horas.
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Un aluvión de órdenes se cierne sobre nuestros ojos y nuestra mente momento tras momento. Todo el mundo a darnos órdenes y nosotros como corderitos a cumplir muchas de ellas, a picar que es lo que esperan de nuestra tendencia a obedecer. Y lo peor es que casi siempre es para pedir dinero y que compremos. Estamos tan acostumbrados a obedecer que nuestra capacidad crítica ha disminuido considerablemente. Nos parece lo más natural que nos manden. Qué trabajo les costaría invitarnos en lugar de mandarnos. Pero, amigos, cuando lo hacen es que eso les da buen resultado.
Pues a mi, que no puedo decir que no haya obedecido alguna vez, cada vez me molesta más que se metan en mi casa, en mi móvil, en mi ordenador, en mi buzón y me planten por todos sitios órdenes, haciéndome sentir acorralado. Me rebelo cada vez más contra tanto agobio y que me traten como si fuese un niño distraído a quien hay que tener controlado y asediado. ¡Pues no me da la gana! Ya está bien! No sé a ti.