Es triste encontrarse con pacientes que acuden en demanda de ayuda psicológica y cuando le preguntas la razón de su presencia te dicen “Necesito ayuda porque no tengo problemas importantes en mi vida y sin embargo no disfruto”.  Parece un contrasentido pues lo lógico es pensar que si no se puede disfrutar es porque algo nos ha sobrevenido y nos dificulta saborear la vida. Eso es lo que pensamos todos.

Sin embargo es totalmente lógico que esto suceda porque no siempre el bajo estado de ánimo se debe a la existencia de contratiempos o adversidades.

Hay personas que por algún aspecto de su forma de ser o de su estilo de vida y pensamiento, por su manera de tomarse las cosas someten a su organismo a un gran estado de tensión vital, a una ansiedad progresiva que acaba por agotarlos, por superar la resistencia que tienen al desgaste y llegados a un punto, después de mucho tiempo, caen en ese estado de anhedonia o incapacidad de sentir placer.

Es un proceso erosivo que de forma silente les va minando.

Suelen ser personas que se toman la vida de una forma excesivamente responsable, que son excesivamente exigentes consigo mismos, que tienden a sobrecargarse de tareas y de esfuerzo, perfeccionistas que no soportan ningún fallo en sus actuaciones profesionales o personales, personas excesivamente complacientes con los demás, que se entregan demasiado, que no son asertivos y ceden por sistema, que viven acelerados  y acaban tan desgastados que a partir de ese momento notan la desgana y la falta de chispa e ilusión y la dificultad para disfrutar de pequeños placeres.

Ellos no encuentran explicación lógica a ese estado, en ausencia de causas aparentes que lo justifiquen y por eso sufren más.

La clave del asunto está en que alguien les ayude a descubrir y cambiar algo su estilo de vida y pensamiento para reparar el desgaste, porque por si mismos no pueden hacerlo. En ese caso, al ver que nada falla desde fuera, no entienden que el enemigo invisible está precisamente ¡dentro de ellos!