Me refiero a los hijos para que quede claro de antemano. Sé que no es moneda de curso legal o que hay cierta alergia a hablar de este tema, pero la verdad exige sinceridad y claridad para no confundirnos.
Hay una clara tendencia a evitar imponer y exigir con firmeza ciertos comportamientos a los hijos hoy día por una equivocada opinión de que la excesiva exigencia trae consigo un riesgo de que se traumaticen o algo parecido y también, por qué no decirlo, porque es más cómodo consentir que poner límites, pues los límites no son bien recibidos y la protesta está servida y asegurada de antemano. Sin embargo exigir sin paliativos ni negociaciones será lo que la vida les ofrezca inevitablemente, cuando sean adultos.
Empezamos porque se ha confundido el pegarles un pescozón, algo completamente razonable, con maltratarles si les frustramos forzando a que cumplan sus obligaciones, porque se nos olvida que las tienen y que la vida está llena más de obligaciones que de derechos, algo exigido no solo por la convivencia en sociedad sino también por la salud mental de la que tanto se habla en estos tiempos. Y que quien la hace, la paga.
Y seguimos porque, lamentablemente, la tendencia a la benevolencia y por qué no decirlo la huida de conflictos ha llevado a la ley de Educación a ser tan benevolentes que muchos alumnos se les deja promocionar de curso sin haber superado de forma suficiente su competencia académica en determinadas materias.
Y socialmente hay cierto temor a que se impongan sanciones a debidas infracciones a incumplimientos de algunas normas. No hace falta poner muchos ejemplos porque abundan.
En lo que se refiere a la educación de los hijos procede, es sano, es justo y necesario mentalizarse de que la exigencia y firmeza en deberes esenciales es mejor que la complacencia porque está en juego la madurez, la fortaleza de animo, la educación de la voluntad y el respeto al sancionado y a la sociedad en la que vive. Si queremos preparar a los nuestros para la vida que les espera el camino no es poner alfombras ni renunciar a imposiciones que la vida se encargará de hacerlo cuando los hijos se emancipen. Si no, después habrá lamentos quizás llantos y la sensación de que se habrá llegado tarde.