Espero que no me consideren un viejo cascarrabias por tratar estos temas con cierta firmeza. Al hacerlo me baso no en que me molesten los niños, por mi edad, sino porque casi a diario acuden a consulta padres jóvenes que confiesan que no pueden con sus hijos de cuatro hasta ocho años porque no hay quien les haga obedecer las normas, ni quien les haga aguantar un poquito sentados mientras esperan en la consulta del doctor o del dentista, o mientras dura la comida con los padres en cualquier restaurante o mientras que su madre se prueba unos zapatos en la zapatería de la esquina. Dicen que no pueden aguantar al hacer sus deberes sin levantarse y se levantan varias veces de la mesa mientras están comiendo o que si van de visita todo lo tienen que tocar y si están en la escuela se levantan con frecuencia sin permiso además de no parar de hablar o meterse con otros compañeros de clase. Esas son algunas de las quejas de los padres, amén de que si les dicen algo que les disgusta les entra la perreta y se revuelven contra los padres armando un escándalo sonado. Repito: son los padres los que se quejan y acuden en busca de ayuda, no soy yo que me queje. Es decir, que esos o parecidos comportamientos molestan a muchísimos padres, profesores y demás ciudadanos que los sufren. Lo habitual en esos niños inquietísimos y escasos en fijar la atención es que sufren todos el mismo déficit: no les dejan claro sus padres qué es lo que tienen que hacer o no hacer, qué es lo que no les está permitido, como es levantarse del asiento en el que deben permanecer, respetar las cosas que no son suyas y no revolverlas, no subirse a un sofá y retozar encima, no meterse debajo de las mesas o jugar entre los comensales, no interrumpir por sistema, etc, etc. O no les dejan clara la norma y si la tienen clara pero la incumplen no actúan con ellos con cierta firmeza y contundencia para que frenen su impulsividad arrolladora. En consecuencia el niño no puede corregir lo que hace mal y la cosa se va complicando para ellos, para los padres, en la escuela y en su vida en general. Insisto, hay que ponerles límites y normas y dejárselas claras y si no las acatan, actuar con firmeza, no con llamadas de atención débiles sobre su mal comportamiento ni pidiéndoles por favor que se estén quietos. Lo peor es no ponerles normas pero si se las ponen y no actúan en caso de transgredirlas, desperdician la ocasión para educarles. Esos comportamientos no son “cosas de niños”, como algunos padres creen y manifiestan. Cuando un niño perturba a los demás y se perturba a si mismo deja de ser cosa de niños para convertirse en un problema.