Vendrán días aciagos en los que parece que todo se vuelve en nuestra contra y los dioses, por hablar en un lenguaje arcano, nos dejan abandonados a nuestro destino y reducidas fuerzas. Uno tiene la sensación de que la tierra se hunde bajos los pies y la rabia, en un primer momento y luego el bajón emocional, se apoderan de todo el organismo. Dan ganas de gritar, de golpear todo lo que uno encuentra y de echar por la boca la maldad que uno siente. Hay días que parece que todo se confabula en contra nuestra. No parece verse en el horizonte la luz que nos anime o más bien no se ve el horizonte, porque todo se vuelve gris alrededor nuestro y dentro de nuestra mente. Es una situación desazonadora y desesperante porque parece que nada puede hacerse, al menos en esos momentos de transitar por la tormenta. Se pierde la paciencia. No está uno para bromas ni chistes. El buen humor se esfuma y apetece tomar drásticas decisiones. Sin embargo, para no precipitarse en decisiones bajo el impulso de la frustración y el contratiempo, lo mejor es esperar y tener un poco de paciencia pues, pasadas las horas o los días, parece que las aguas retornan a su cauce y todo vuelve a coger el tono que días antes tenía. Es fácil caer en la tentación de la protesta y pagarlo de modo inadecuado, pero si mantenemos un poquito la calma y esperamos, se vuelven a recuperar las fuerzas suficientes aunque sea para poner en orden el desorden causado y percibido. Es bueno también alejarse del tema o del lugar, hablar con otras gentes pero no de ese tema o marcharse a dormir a ver qué pasará la mañana siguiente. Afortunadamente no suceden esas constelaciones de fallos y de errores a diario e incluso, pasado algo de tiempo, se ven de forma no tan dramática los mismos acontecimientos. Siempre vuelve a salir el sol.