Toda su vida ha tenido agallas y fuerza para resolver cuantos problemas se le han ido presentando pero ahora se encuentra sin fuerzas, sin ganas, sin ilusión para seguir luchando. Toda su vida dedicada a los demás intensamente, sin regatear esfuerzos, en la medida en que sus fuerzas y su tiempo se lo permitían y ahora se encuentra decepcionada al constatar la ausencia de respuesta en reciprocidad por parte de la gente y de los suyos. Está pasando por un momento delicado de salud psicológica, por un momento de depresión y de tristeza así como de malestar físico y observa con dolor y con sorpresa que cada cual está en su guerra particular, muy ocupado, y ninguno se ha percatado de su necesidad de que le atiendan algo y al menos le pregunten cómo se encuentra o si necesita algún tipo de ayuda. Tiene que seguir buscándola para ella misma, pero ahora bastante agotada y escasa de motivación y de ganas. No supo darse cuenta de que no lo hizo bien al acostumbrar a todo el mundo a estar a su servicio las veinticuatro horas y resolverles todo, sin pedir para si o incluso exigir de vez en cuando en justa reciprocidad una respuesta o sin poner a prueba la generosidad de los otros para ver hasta qué punto los demás estaban solamente a lo suyo o debían aprender a estar de vez en cuando atentos a su benefactora. No lo supo hacer y ahora es tarde ya, ya no tiene remedio. El remedio para ella está en saber qué hacer para no hundirse en la pena de la constatación de no verse compensada, en el dolor de la decepción que supone ver que ella estuvo siempre al servicio de todos y cuando lo necesita de verdad, por primera vez en su vida, los demás están a lo suyo, sobre todo. Si eso te ocurre a los setenta y cinco es más doloroso aún, porque al ser viejo hay menos atractivo en ayudarte, para qué vamos a engañarnos. La conclusión es que no puede uno volcarse y esperar mucho tiempo a que los demás nos respondan. Hay que volcarse pero pedir también ayuda aunque solo sea para comprobar si los demás se mueven o se olvidan de ti, en cuyo caso debes dosificar tu ayuda para evitar la sensación de decepción demoledora. Está bien ayudar pero no permanentemente. Hay que saber vender favores y pedirlos también a ver qué pasa. Es una precaución y una forma de prevenirse para poner remedio cuando aún estás a tiempo.