Son una minoría el numero de padres que se encuentran satisfechos o muy satisfechos con lo que sus hijos resulten, a donde lleguen o en qué se conviertan. Son minoría porque casi todos los padres aspiran a que sus hijos les superen o al menos tengan éxito como personas, emocionalmente y como profesionales. Existe un porcentaje amplio que más o menos se encuentran satisfechos aunque les hubiese gustado un mejor resultado. Y en el otro extremo de la distribución se halla un grupo que se encuentra frustrado porque no solo no se han cumplido aceptablemente sus expectativas sino que se ven defraudados o muy defraudados pues sus hijos se han equivocado en la dirección que tomaron, sobre todo los que realmente han fracasado no ya profesionalmente sino como personas y en sus relaciones personales. Estos padres arrastran largo tiempo o para siempre un estado de desanimo cuando no de culpa. De desánimo porque ven que las cosas se han torcido y no se enderezan y de culpa porque se ven fracasados como padres. Creen que algo han hecho mal y no saben qué y no tiene remedio ya. Se sienten más culpables los padres que ponen de su parte cuanto pueden o más y se esmeran en que sus hijos acierten en la vida y ven con gran dolor que el resultado no coincide con sus buenas intenciones y sus esfuerzos han resultados vanos. Bien, pues a este grupo me quiero referir para aliviar a algún lector que se vea reflejado. Lo primero que se debe decir es que lo que un hijo sea y cómo se comporte no es fundamentalmente y sobre todo resultado de la educación impartida en la familia. Qué duda cabe que por el cálculo de probabilidades cuanta mejor sea la educación más probable es que todo resulte bien. Pero el resultado es obra también de la influencia del medio físico, social, y cultural en que se crían pero también de las experiencias por las que atraviesan, de la forma en que interiorizan sus vivencias, enseñanzas, eventos, y de la suma de decisiones que realizan a nivel emocional y de toda índole.. Todo ese juego complejo es el interviniente y eso no es predictivo en alto porcentaje. Por eso a esos esforzados y bien intencionados padres conviene decirles que arrojen la culpa a la basura y que tenga en consideración todos esos factores. Si ellos se han esforzado y puesto lo mejor que sabían al servicio de la educación de sus hijos deben estar tranquilos porque han hecho lo que sabían. Seguro que si hubiesen conocido otras pautas mejores las habrían aplicado. Otra cosa distinta es que acepten con gusto el resultado. Esto no se les pide si el resultado es malo pero culpables no, porque la culpa en esos casos, si los hijos persisten en torcerse, es la esencia de un tormento seguro. Y eso ni es de recibo ni sano ni rentable ni invita a descansar y dormir tranquilos. El ser de cada hijo, recuerdo, no depende solo de la intervención educativa de los padres. Por tanto…