Existen tres tipos de actitudes en el ejercicio de las relaciones personales. Mostrarse pasivo, agresivo o asertivo. Ninguna de las dos primeras son habilidades sociales en si mismas. No lo es ser pasivo porque indica que tiendes a perder de tus derechos, a callar o tragar “sapos” que no quisieras. El agresivo es el tipo que arrasa sin respetar a los demás y sus derechos, que se impone autoritariamente y apabulla. Es el asertivo el mejor y más sano estilo porque es el que mejores resultados obtiene no solo para la salud mental de quien lo practica sino para con los demás porque se hace respetar. No hay tipos químicamente puros y todos tenemos, según los momentos, algo más de carga de uno de ellos, siendo el asertivo el que menos abunda porque en nuestra sociedad se tiende a ceder o a imponerse. Por eso lo mejor es disponer de una buena dosis de estilo asertivo, que implica defender bien nuestros derechos cuando se ven violados, ser capaces de expresar nuestras opiniones, pensamientos, sentimientos o deseos con franqueza para que el otro se de por enterado y quedar nosotros desahogados y las cosas claras y en su sitio. La pasividad eleva la presión arterial, la rabia interior y nuestra desazón, pero también la agresividad aumenta la presión arterial, por descontado. La asertividad nos deja descansados porque hemos sabido controlar nuestro cuerpo, nuestra mente y nuestra reacción emocional y muchas veces la respuesta del otro. Por eso un buen entrenamiento en asertividad es una inversión excelente a corto, medio y largo plazo y en lo que atañe a la comunicación es la mejor habilidad. A los agresivos que casi todo lo consiguen pisando cabezas les parecerá un modelo inasequible. Sin embargo es una de las mejores destrezas que pueden aprenderse en esta vida. Ser asertivos y ser claros merece bien la pena.