No me sorprende en absoluto lo lenta que es la justicia, ahora bien, en el caso del juicio por la muerte de Lady Di, bate récord. Desde un lejano 31 de agosto de 1997 hasta ahora, miren si habrá llovido. Me pongo en la piel de sus familiares -pienso, más bien, en sus hijos- y debe ser terrible el tener que volver a revivirlo. Ver fotos como ésta donde se la muestra justo antes del accidente, observar el coche destrozado, escuchar todas las especulaciones en torno al accidente… debe ser tremendo. Vi a Mohamed Al Fayet (el padre del difunto) una tarde sábado en Harrods, su empresa. Estaba solo y, aparte de reconocerlo por las muchas fotografías que le testimonian, era fácil de seguir porque iba acompañado de 4 guardaespaldas. Uno por cada punto cardinal. El hombre llevaba una camisa de seda y una especie de zapatos cómodos, casi como zapatillas. Recorría el almacén con pasitos cortos pero muy rápidos. Saludaba a todo el mundo con un educado “good afternoon” y una leve sonrisa, sin embargo, transmitía la impresión de ser un hombre abatido, triste por todo lo que había tenido que vivir. A mí la teoría de la conspiración que propone (involucra al Gobierno, la Casa Real y hasta los servicios secretos) no me parece creíble. Buscar una especie de trama a lo que, en principio, sólo es un desgraciado accidente de tráfico, lo achaco más bien al resentimiento. Un grupo de hombre y mujeres, a la postre, un jurado popular, deberá decidirlo. El juez les ha dicho que olviden todo lo que vieron y escucharon durante estos 10 años. La verdad, ni que pudieran pulsar la tecla de borrado como si fueran un ordenador.