La concesión del Premio Nobel de la Paz al ex vicepresidente Al Gore me genera cierta inquietud. Supongo que la Academia Sueca habrá querido también premiar a todos los que denuncian y luchan contra el cambio climático en general. A, en definitiva, miles de científicos y ciudadanos anónimos que, desde tribunas más o menos conocidas, vienen mostrando al mundo los efectos del calentamiento global sobre el planeta. Porque, en el caso concreto del señor Gore, la historia que tiene tras de sí como dirigente político no le avala en absoluto. Mientras ostentaba uno de los cargos más influyentes del mundo para luchar contra el mismo, a la sazón, vicepresidente del país que más contamina, fue incapaz si quiera de firmar el protocolo de Kioto. Es más, cuando vio las orejas al lobo, o sea, que su cargo era puesto en cuestión por ser la materia casi de defensa nacional, dio marcha atrás. Tuvo que perder las elecciones contra Bush por apenas 500 votos para que le viniera esta, llamémosla así, conciencia ecologista sobrevenida. Si, por una casualidad electoral, ahora fuese Presidente de Estados Unidos, ¿pondría en práctica la reducción de gases contaminantes que tanto predica en su país? ¿Se enfrentaría contra las todopoderosas multinacionales ratificando dicho protocolo? Tuvo que ser tras rodar un documental sobradamente conocido cuando tomó dicho camino. Ahora, con todos los premios en el bolsillo, parece que su imagen se relanza como futuro candidato demócrata a la Casa Blanca. Pregunto, ¿cuánto hay de verdad en todo esto y cuánto de un político que quiere volver al candelero? Leo, además, que cobra 150.000 euros por conferencia y, por si fuera poco, nuestro Gobierno quiere comprar 30.000 copias del referido documental para distribuirlo entre los escolares. Vuelvo a preguntar, ¿está haciendo también negocio?