Desde luego, si Mariano Rajoy pretendía dar un golpe de efecto con la inclusión de notables alcaldes en sus listas, le ha salido mal. Sólo se habla de un caso: el del señor Gallardón. Está presente en todos los telediarios, periódicos y páginas virtuales. Su presencia, por mor de la trifulca, se ha visto multiplicada hasta hacer de él, no sé, una especie de epígono de centro al cual todos echan de menos. Ya dijimos aquí, en Retorcida Realidad, que nos parecía un error el acumular cargos en determinadas personas. Se trata, como se dice coloquialmente, de desvestir un santo para vestir otro. O dicho de otra forma: de quemar personas valiosas por obtener unos más que dudosos resultados (las elecciones son de Rajoy y Zapatero, no me cansaré de decirlo). Veamos si no el caso de Asturias. En los comicios pasados apenas uno y otro partido -me refiero a PSOE Y PP, claro está- se diferenciaron en 5.000 votos. Me pregunto, ¿qué pasaría si esto le sucedería a Gabino de Lorenzo, es decir, que perdiese por un estrecho (o abultado) margen? ¿No hablaríamos en ese caso del fin de “el efecto Gabino”? ¿No podría empezar a cuestionarse su indudable, hasta ahora, liderazgo dentro del Partido Popular? ¿Se atrevería entonces alguien a propugnarle como candidato para unas futuras autonómicas? Ahora, vean el caso contrario. Si Álvaro Cuesta pierde por un estrecho (o amplio, insisto) número de votos, ¿alguien le cuestionaría como a Gabino o, como se dice en asturiano, «quedaría pa prau»? Nota: observen si es arriesgada la estrategia que estuvo a punto de saltar el sistema por los aires al no aceptar Madrid la lista de De Lorenzo.