Una vez, en los años 90, conocí a un tipo que decía tener como profesión la de “broker”. Cuando le pregunté por sus ingresos, o sea, por su manera de ganarse la vida, me dijo que era inversor en bolsa y que, de la compraventa en la misma ordenador en mano, sacaba pingues beneficios. Era la época del “boom” de las tecnológicas y, el “broker” en cuestión, apenas frisaba los 20 años. Vivía, según él, de ver como un valor (Terra, por ejemplo) subía y subía sin saber por qué, hasta que, al final, claro, se pegaba el gran batacazo. Excuso decir que el muchacho acabó sin un puñetero euro y vendiendo el piso que recientemente había comprado. Las tormenta bursátil que esta semana se produjo en la bolsa poco o nada tiene que ver con aquel tiempo. Atacó directamente -y aquí está el meollo- a valores muy consolidados (Indetex, Banco Santander…), lo cual, a mi juicio, resulta bastante curioso. Uno puede entender que las inmobiliarias, a tenor de su crisis, hayan perdido, ojo, hasta un 20 por ciento como le sucedió a Entrecanales, pero, claro, con valores tan estables y seguros como las eléctricas (Iberdrola perdió otro 20 por ciento, por ejemplo); ya es otra cosa. La moraleja de todo este asunto está en que los inversores están inquietos. Temen al futuro y, a la más mínima perturbación (ora en la economía Norteamericana, ora en la nuestra propia), comienzan a dar órdenes de venta de forma masiva. En fin, la receta para sobrevivir a esta situación de volatilidad -como ayer se demostró claramente- no es otra que la que formuló Josemaría Escrivá de Balaguer ante la desesperación: paciencia, más paciencia. Nota final: no me creo que el hundimiento del lunes lo haya provocado un empleado de un banco francés (otro “broker”) fuera de control. Me suena a excusa ante una mala gestión.