Desconozco si el gijonés de a pie es consciente de lo que se nos viene encima con la aprobación del Plan de Movilidad. Ahora mismo, ya en sus últimas fases de tramitación y pendiente de que el Pleno lo apruebe definitivamente. Para que se den una idea, sería la herencia que nos deja la concejalía de Movilidad con la misma filosofía que hemos visto (padecido) durante el presente mandato. Por ejemplo, las grandes vías de circulación quedan reducidas a la nada. Dicho de otra forma: cualquier parecido con lo que conocemos es pura coincidencia. Hablo de avenidas como Pablo Iglesias, Manuel Llaneza o Marqués de San Esteban que tendrán doble sentido y nula capacidad para absorber el tráfico. Es decir, cruzar Gijón de este a oeste o entre norte y sur, resultará una auténtica odisea. Sin duda, otros barrios -como ocurrió con El Muro cuando se cerró al tráfico- lo pagarán. Asimismo, hace una escabechina de aparcamientos, creando una red virtual de nuevos parkings. Digo virtuales puesto que, a todas luces, el Ayuntamiento no va a poder sufragar su coste. Es más, confía en la colaboración con la iniciativa privada o que Bruselas los financie con el maná europeo. Eso sí, desconocemos qué método utilizarán para convencer a las empresas a la hora de invertir en subterráneos, cuando la política que se ha seguido es expulsar el coche a patadas. Vamos, que no entre nadie a esta ciudad con un vehículo particular.
Desde luego, el Gijón de 2032 no será un buen lugar para trabajar, en caso de que se desarrolle este plan. Más bien, lo contrario. Tendrán que hacer auténticas piruetas quienes utilicen su vehículo como medio de vida entre peatonalizaciones, zonas de bajas emisiones, ecomanzanas, supermanzanas y cosas por el estilo. Auténticos guetos que traerán de cabeza a sus habitantes por la multitud de restricciones que llevarán consigo. Digo más, el plan Martín (debemos llamarlo así, saben de sobra por qué) no tiene ni una sola medida para quienes madrugan. Hablo de repartidores, autónomos, comerciales y gente de esta laya. Currantes que, no sé, tendrán que acabar comprando un patinete eléctrico. Resumiendo, el modelo que nos proponen es el de la Barcelona de Ada Colau. Copia ce por be su versión más dura y aprovecha lo mismo que utilizó la regidora barcelonesa para imponerlo: la pandemia. De hecho, si no fuese por la Justicia nos hubiéramos tenido que comer el «cascayu». Señor, líbranos de este plan.
@balbuenajm