Después de todo lo dicho durante este fin de semana sobre la propuesta de referéndum para la independencia en el País Vasco, se me ocurren varias cosas. Uno. El lendakari parece haber tomado el mismo camino que Cataluña a la hora de olvidarse de los problemas reales y buscarse otros inventados. Mientras allí la clase política se enzarzaba en un debate sobre el Estatut que llevó casi dos legislaturas, día a día, las carreteras se saturaban, el aeropuerto entraba en colapso y los apagones eran continuos. Meter a Euskadi en un proceso que, según su actual hoja de ruta, durará hasta el 2.010, es hacerla recorrer el mismo camino. Y si no, al tiempo. Dos. Parece que la forma elegida plantea una doble consulta. Primero se quiere que los acuerdos entre políticos sean refrendados por la ciudadanía y, como segunda parte, que estos lleven al pueblo a tomar dicha decisión. Bien, pregunto, ¿qué pasaría si la consulta sale negativa? Si el pueblo vasco decide -porque, entre otras cosas, nunca ha sido independiente- seguir formando parte de España, ¿se conformarían los autores de la propuesta con el resultado o volverían, como en el caso de la provincia canadiense de Quebec, cada cierto tiempo a reiterarla? Tres. El verdadero problema en Euskadi se llama ETA y esto no lo resolverá ninguna independencia. Si la obtienen porque les parecerá poco y si no porque seguirán con su discurso de opresión, represión, bla-bla-bla… la banda continuará en su proceso de llevar a la sociedad hacia un proyecto totalitario. Pensar que una supuesta victoria del “sí” puede calmarles es de una ingenuidad desbordante. Después, el enemigo a batir, serán aquéllos que empezaron todo esto puesto que, en su particular demencia, les achacarán el haber traicionado cualquier ideal trasnochado de la patria.