Sin duda, el hundimiento del suelo de un aula en el colegio Rey Pelayo debe hacernos reflexionar. En concreto, sobre la seguridad que siempre debe primar en los edificios públicos. Solo la intervención de un ángel evitó una auténtica tragedia en este centro. Recordemos que la sala objeto del siniestro era de educación infantil (niños y niñas de 3 años). En las fotografías, todavía se podían ver sus mandilones colgados en las perchas. De haberse producido en horas lectivas, imagínense de lo que estaríamos hablando. Por otra parte, y de forma casi inevitable, a todos nos vino a la mente lo que sucedió en el colegio San Vicente de Paúl. Hace poco más de un año el derrumbe de un techo produjo la muerte de dos trabajadores. Por tanto, y aunque no sean sucesos similares ni comparables, debemos hacernos la pregunta sobre si el mantenimiento que se está llevando en este tipo de construcciones es el adecuado. Más que nada, porque su uso es mucho más intensivo que el de los edificios residenciales. Sin embargo, fue a raíz de la tragedia en el San Vicente de Paúl cuando se puso en marcha las inspecciones técnicas. Obligatorias para el resto de los inmuebles a partir de los 50 años (la popular “ITV”) pero que no se estaban llevando a cabo en los públicos. Sin duda, como digo, no podemos esperar a que se nos vuelva a aparecer un ángel. Sobre todo, porque igual no lo hace. Por otro lado, y en materia de seguridad, sorprenden las conclusiones del informe definitivo sobre la plaza de toros. En el tercero se nos indica que «no existe riesgo para las personas». En el primero, los técnicos municipales no vieron mayores problemas. El segundo, nos habló de hundimientos en las gradas y, por eso, se dejó el coso en situación de abandono. O sea, viendo la hierba crecer en su interior. Ahora, según parece, el Bibio puede no resultar placentero para los usuarios en las actuales condiciones, pero tampoco peligroso. En fin…

@balbuenajm