Nada más conocer la alineación del Sporting poco antes del partido ante el Granada 74 se hacía difícil creer que el equipo rojiblanco pudiera superar la eliminatoria de Motril. Ya se había visto en el mes de agosto. El ejemplo más claro fue el de Luarca, ante el Valladolid. El equipo que salió inicialmente estuvo a merced del rival, dio facilidades en defensa, no inquietó en ataque y causó una pobre impresión. El que jugó la última media hora, que se aproxima más al que ganó al Poli Ejido y el que empató en Las Palmas, fue otra historia más esperanzadora.
Está muy bien que Preciado quiera tener a todos los jugadores contentos y que opte por repartir minutos entre los menos habituales, pero meterlos a todos juntos provoca un desequilibrio y una merma importante en el equipo. El técnico dice que está contento con el trabajo de los que jugaron inicialmente en Motril, en un campo que tiene unas condiciones lamentables para la práctica del fútbol. Es una forma de motivar a la gente, pero de espaldas a la realidad.
Pudo apreciarse que con la entrada de Míchel, Barral y Diego Castro, tres titulares tan habituales como indiscutibles, el tono del equipo tuvo un ligero cambio hacia una imagen más positiva. El míster, que es listo como el rayo, sabe bien que esto de las rotaciones y las probaturas sólo sirven para restar potencia al conjunto.
El partido de Motril, por lo menos, sirvió de experiencia, si es que se le quiere buscar un lado positivo, que siempre lo hay. Las conclusiones pueden ser que los reservas dejaron muestras de su función en la plantilla y de los motivos por los que no son titulares y apenas entran en juego. También para analizar el campo y las condiciones del terreno ante la visita liguera, que será el primer domingo de diciembre. De todas formas, la primera conclusión es que el Sporting tiró la Copa, lo que, por cierto, no gustó en la planta noble. Al responsable de hacer el equipo no se lo dirán. El fútbol es así.