Aprovecho que me he encontrado con Quico el de Xuacona para mandarte estas letras, ya que, como bien sabes, yo no soy de pluma. Marché sin despedirme porque un asuntillo con unos perros que me había llevado cerca de Salas y, ya allí, decidí seguir y visitar a mis parientes en la capital, que llevaban tiempo insistiendo en que fuese. Y, chico, me alegro de haber venido porque esto es otro mundo.

La mayoría de los dichosos perros, por ejemplo, aquí son del tamaño de gatos. El otro día le gruñí a uno que se puso a ladrarme y, si no paró de correr, debe ir por Leitariegos. También hay algunos grandes, pero esos van del ramal, como debe de ser y no como ahí, que los soltáis por el monte y van dando sustos a diestro y siniestro. Tampoco se oye ni un tiro. Mi primo, que me vio ponerme inquieto al llegar el fin de semana, me dijo que aquí todo el año es veda. Apenas puedo creérmelo.

Los prados los tienen cuidadísimos y los siegan cada poco, no como ahí, que están todos abandonados. Puedes “fozar” a gusto, sin miedo a pincharte con los “artos”. Alimento no tienen mucho, pero no hace falta. La gente aquí es extremadamente generosa, saca la comida que le sobra en bolsas y la coloca al lado de una especie de cebaderos que llaman contenedores para que disfrutemos. No es por criticar, pero podríais aprender de ellos. Ahí os habéis vuelto tan egoístas que no sólo habéis dejado de sembrar maíz, sino que, por no compartir unas pocas patatas, las rodeáis de unos alambres que dan unas cosquillas de lo más desagradable cuando los tocas.

No soy filósofo, pero el otro día vi un cartel que ponía “Paraíso Natural” y por un momento imaginé que había muerto en la última cacería y estaba en el cielo. Me entristece acordarme de ti, sólo en ese pueblo. ¡No seas necio, déjalo y vente para acá como todos!

Tu amigo Xus Scrofa