Una cita que me hace gracia y que resume perfectamente el panorama actual es: “Y sucedió tal como se lo temía”. Después del complicado reparto de escaños que dejaron las últimas elecciones, todo el mundo se lanzó a las matemáticas, analizando posibles combinaciones. Un poquito de análisis psicológico les habría ahorrado el trabajo. Parafraseando el refrán, dos no se ponen de acuerdo si uno no quiere y menos se ponen cinco no queriendo ninguno.

Desde un principio, el Sr. Sánchez dejó claro que él era el rey del baile y que no compartiría la carroza con nadie; como mucho, cedería un puesto de lacayo, para ir detrás empujando en las cuestas y recogiendo las bostas de los caballos. No es un trabajo muy lucido, ni aún con librea, aunque es mejor que estar al paro sin paga. El Sr. Iglesias dijo que, aunque fuese en un asiento pequeñito en una esquina, lejos de la ventanilla, o iba en la carroza o nada.

El Sr. Rivera, viendo que otras elecciones podían pintar muy mal para él, pidió que le dejasen subirse un poquito al estribo para salvar la cara y recoger algún aplauso, pero D. Pedro ya había decidido desde el principio que sí que las quería, así que fue inflexible y todo quedó en nada. El Sr. Casado y el Sr. Abascal no estaban invitados al baile.

Y, aunque se dice que las elecciones son la fiesta de la democracia, son más como esas fiestas que se celebran en casa, con los ciudadanos de anfitriones, haciendo el trabajo y corriendo con los gastos, y los políticos de invitados, gorroneando, cotilleando y contando chistes malos. La ciudadanía se harta pronto de ellas y, por eso, ahora cada partido se esfuerza en echarle las culpas a los demás, aún aquellos que estaban anhelando repetirlas porque esperan mejorar notablemente sus resultados. Claro que los españoles y las encuestas raramente coincidimos. Mientras tanto, desde que estamos con un gobierno de mínimos, la economía no para de mejorar. ¡Que dure!