Por Leticia Álvarez:

Después de once horas de avión a las que debo sumar los cincuenta minutos
de Asturias Madrid más la hora y media que lleva cruzar vía aérea del
Distrito Federal a Monterrey, al fin he llegado. Tengo la piel más seca,
el pelo más rizado que nunca y una cara de deslomada que parece que llegué
en barco como hacían antes los primeros emigrantes y no en avión, que es
lo suyo.Sí pienso que Moztezuma ha vertido toda su venganza sobre mi
persona, pero no me importa. Estoy en México y a mí este país surrealista
por los cuatro costados me fascina. No tuve tiempo a salir del aeropuerto
y ya empecé a divertirme. Los puestos de control, que aquí son de
chequing, claro por aquello de la cercanía con USA, parecen de cartón
piedra como en esos exteriores de las telenovelas que hacen eco cuando
hablan los protagnistas. Son padrísimos, que dirían por estos lugares como
lo son la presencia de un limpiabotas que promete que la boleada puede
salirle gratis si olvida registrar su nombre. Después al amable cliente le
suben en medio de la sala a un altillo del estilo al probador de calzados
Chiqui que tanto gusta a los niños y ahí empieza a darle lustre a sus
zapatos el limpiabotas por el módico precio de 25 pesos. Todo eso delante
del resto de viajeros que se toma su café aguado y fuma en cualquier
rincón del aeropuerto porque para qué está la ley más que para
incumplirla. Y entre el público una mezcla infinita de rostros indios,
texanos e imitadoras de María Félix que hacen de este país un ejemplo de
crisol racial.
México tiene esas cosas. Y tiene más, claro, que no se enfaden los
puristas que esto es jo tía. Por eso para terminar añado: ahora el debate
de la juventud se centra en si eres naco o fresa. Vamos algo así como
macarra versus pijo. En algunos estados el fresismo es tan febril que los
jóvenes de Aguas Calientes se hacen llamar hidrocálidos. Queda mono el
gentilicio ¿eh?