La Diputación Permanente del Congreso de los Diputados rechazó las comparecencias de Fernández de la Vega, Alfredo Pérez Rubalcaba y Cándido Conde-Pumpido, solicitadas por el PP, para declarar sobre la supuesta persecución que sufre este partido desde diversas instancias del Estado, encabezadas por el Gobierno. La petición contó con la significativa abstención de CiU y PNV, partidos enfrentados al Gobierno por las alianzas de los socialistas en Cataluña y el País Vasco, pero que no están dispuestos a unirse al partido que lidera la oposición en una denuncia tan arriesgada.

La portavoz parlamentaria del PP, Soraya Sáenz de Santamaría, acusó al Gobierno de un uso ilegítimo e inmoral de las instituciones, con unas palabras propias de la oposición venezolana. El PP espera llevar esta denuncia al Parlamento de Estrasburgo en vísperas de la presidencia española en la Unión Europea. El equipo de Mariano Rajoy ha decidido usar la munición del más grueso calibre que tiene a mano para responder a las informaciones que han aparecido desde el pasado invierno sobre casos de corrupción y espionaje dentro de su partido o en los aledaños del mismo. La sistemática filtración de sumarios judiciales, declarados secretos, es irritante y debe ser denunciada, pero tildar a nuestra democracia de Estado policial es algo que sólo había hecho Batasuna. Un partido de gobierno, como es el PP, no puede tirarse al monte.

La evolución de la crisis económica más dura que ha sufrido España en los últimos ochenta años brinda una ocasión pintiparada al PP para ganar las próximas elecciones. Aunque sólo ha transcurrido un tercio de la legislatura, los sondeos de opinión ya le dan ventaja sobre los socialistas. Llama la atención que una situación tan propicia sea manejada por la dirección del PP con tantas muestras de ansiedad. Convertir a Camps en el test del buen gobierno es un disparate y sólo sirve para distraer la atención sobre la crisis económica, para volcarla en las visicitudes internas de su propio partido. Enfrentarse a la patronal sobre la estrategia salarial puede parecer una postura muy astuta pensando en el voto de los trabajadores, pero demuestra una pasmosa falta de solidez en los principios que inspiran a un partido liberal-conservador. La combinación de tremendismo y oportunismo retrata al PP de este verano.