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Luis Arias Argüelles-Meres

Panorama Vetustense

Recuerdos de Oviedo: Aquel 6 de diciembre de 1978

«Existen dos maneras de ser engañados. Una es creer lo que no es verdad, la otra es negarse a aceptar lo que sí es verdad». (Sören Kierkegaard).

«Es posible llegar a destruir un orden y establecer otro, con la consiguiente aureola revolucionaria, en nombre de una tendencia conservadora». (María Zambrano).

Periódicos, libros y revistas que abarrotaban los salones de nuestras casas, quizá más que nunca; escaparates de librerías donde destacaban títulos que pocos años antes no se conseguían fácilmente. Niebla mañanera en un día llamado a ser histórico. Por fin, se votaba una Constitución democrática para la que pedían su apoyo la mayoría de los partidos de izquierda. Se ponía término, legalmente hablando, a la dictadura.

Las informaciones sobre la ponencia Constitucional que se había creado tras las elecciones de junio del 77 fueron continuas. Por mucho que los aspectos técnicos pudieran no entusiasmarnos, se prestaba atención a aquello, no sólo por lo novedoso que resultaba sino también por la enorme importancia que se le concedía.

Informaciones que compartieron espacio con atentados terroristas, con desacuerdos que en ocasiones no se rompieron, pero que en otras ocasiones, sin embargo, fueron reconsiderados.

La política lo copaba casi todo. Y, en la calle, lo que realmente interesaba era que las libertades se garantizasen; todo parecía indicar que iba a ser así. No obstante, todo estaba demasiado reciente como para que a veces nos

asaltasen las dudas.

Canciones de Pink Floyd, y de nuestros cantautores, novelas de Herman Hesse, de Kafka, de Keruac, poemarios de Neruda y César Vallejo, libros sobre nuestra más reciente historia, la filosofía de Sartre, de Marcuse, de Russell. Respuestas que buscábamos sin cesar, encontrándonos, sin embargo, con más preguntas y con más lagunas.

Votar, desde luego, había que hacerlo. El ‘no’ estaba descartado, porque era lo que pedían, sobre todo, los nostálgicos del franquismo. No era del caso abstenerse. Se sabía que el voto afirmativo sería mayoritario.

No obstante, quienes recordaban el 14 de abril del 31, quienes lo habían vivido, tenían muy claro que no se vivía, ni de lejos, el mismo entusiasmo de entonces. Asistíamos a un cambio que pedían los tiempos, pero no a una especie de prodigio primaveral como había sucedido casi cincuenta años antes.

En el Oviedo antiguo, tertulias inacabables, vino de la casa, algún cubata, conversaciones de distintos grupos de gente en aquellos establecimientos, de distintos grupos de gente pero que versaban sobre lo mismo. A veces, punteos de guitarra, en algún momento, electrizantes; a veces, matices de los propios matices que hacían perder el hilo del tema que se estaba abordando, pero todo se volvía reconducible.

Había un sueño común: que en este país pudiera ser posible la convivencia sin que la cosa acabase a garrotazos. Un sueño común, sí, pero marcado de principio a fin por los matices.

La República y la guerra civil estaban, al mismo tiempo, muy cerca y muy lejos. Muy cerca, porque era mucha la gente que había vivido aquello. Muy lejos, porque el mundo se había transformado y se sabía que la III República por la que muchos clamábamos no estaba cerca. En efecto, no lo estaba. Medio llena la botella, o medio vacía, porque se daba por hecho que aquella Constitución garantizaba las libertades democráticas, porque también se daba por hecho que había entonces había límites –nunca mejor dicho– infranqueables.

Oviedo, 6 de diciembre de 1978. En todas nuestras casas, estaba el ejemplar de ‘La Regenta’ que había publicado Alianza Editorial en los años sesenta. Todos hablábamos de los libros de historia de Tuñón de Lara y de Hugh Thomas y de Gabriel Jackson.

Voracidad lectora, voracidad cinéfila, noches de cine y de tertulias interminables. Todo por aprender, todo por vivir, todo por seguir soñando.

Se nos ofrecía la posibilidad de vivir y de convivir en democracia. Los miedos estaban ahí, cercenando a unas esperanzas que, sin embargo, no conocían lo exangüe.

Espectadores de la vida pública, protagonistas de nuestros sueños, con libros, con música, con cine.

Un Oviedo redescubierto, el del Antiguo, una música que salía de nuestras casas a la calle. Un Oviedo antiguo que era una extensión de la Facultad de Filosofía y Letras, era una extensión no sólo por la cercanía, sino también porque el paisanaje se repetía en gran medida. ¿Cómo no recordar aquellas chinchetas en nuestras habitaciones sujetando a nuestro santoral de héroes sin tumbas?

Desde luego, la política oficial, los cambios que estaban a punto de sancionarse legalmente, seguían un ritmo muy distinto al nuestro. Intentábamos no contagiarnos de los términos que invadían el lenguaje oficial. Por ejemplo, la palabra ‘consenso’, que tanto y tanto se repetía. A algunos nos sonaba cursi.

Oviedo, 6 de diciembre de 1978. La democracia, que años antes se nos antojaba tan lejana, llegaba. Se podría opinar sin temor, se podía leer lo que quisiéramos, las gentes de aquella España que había sido expulsada regresaban en su mayoría a nuestro país, regresaban o ya habían regresado.

Quedaba un largo camino por recorrer. No había ninguna duda al respecto, pero teníamos miedo a posibles retrocesos.

Aquello coincidió para nuestra generación con el paso de la turbulenta adolescencia a la juventud. Los años ochenta llamaban a la puerta, a punto estábamos de estrenar una década en la que las libertades iban mucho más allá de lo que al respecto se podía legislar.

Se iba terminando una década, poco afortunada estéticamente, marcada por los cambios en la vida pública.

Aquel 6 de diciembre de 1978 también fue un día de radio desde que acudimos a votar en la antigua Casa Sindical de Oviedo.

En cuanto a los resultados de aquel referéndum sabíamos que no iba a ocurrir lo inesperado, pero tocaba estar informados hora a hora.

Por la noche, ya de madrugada, pasó por delante de casa un hombre que llevaba el transistor al alto la lleva. Sus gestos no lo mostraban ni ganador ni perdedor.

Toda una lección.

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Sobre el autor

Luis Arias Argüelles-Meres es escritor y profesor de Lengua y Literatura en el IES "César Rodríguez", de Grao. Como columnista, publica sus artículos en EL COMERCIO sobre,actualidad, cultura, educación, Oviedo y Asturias. Es autor de los blogs: Desde el Bajo Narcea http://blogs.elcomercio.es/desde-el-bajo-narcea/ Desde la plaza del Carbayón http://blogs.elcomercio.es/panorama-vetustense/


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