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Luis Arias Argüelles-Meres

Panorama Vetustense

RECUERDOS DE OVIEDO: DESCUBRIENDO A CHUSO

«Cada ser humano lleva en torno al núcleo de su existencia efectiva un elenco de otras posibles vidas, suyas y sólo suyas. Y solamente destacándolo sobre el fondo de esas biografías espectrales aparece claro y riguroso el perfil fatal, estricto, de nuestro destino». (Ortega y Gasset).

«Se olvida demasiado que el hombre es imposible sin imaginación, sin la capacidad de inventarse una figura de vida, de el personaje que va a ser. El hombre es novelista de sí mismo, original o plagiario». (Ortega y Gasset).

El viejo Tartiere embarrado un día de semana de invierno en un partido de copa. Un partido bronco y espeso. Un ambiente de crispación en la grada. Un rival que practicaba un fútbol rudo, supliendo con empujones y hasta patadas, su falta de calidad. Una lluvia incesante que no permitió en ningún momento del encuentro que se cerrasen los paraguas. Barro, mucho barro, resbalones continuos, se iba de imprecisión en imprecisión, pocos balones llegaban al destino deseado.

Fue en aquel escenario cuando vi jugar por vez primera a Chuso, que no pudo sobreponerse a un ambiente tan hostil para el buen fútbol y para el entusiasmo de la grada. Y, si la memoria no me falla, acabó siendo sustituido.

Pero, andando el tiempo, aquello fue un mal sueño, pues llegaría a ser un fijo en las alineaciones de un Oviedo, que, después de Dios sabe cuántos años, logró un ascenso a Primera División que ya nos parecía imposible.

Todo aquello sucedió en mi adolescencia. El arriba firmante tenía 15 años cuando el Oviedo retornó a Primera División, plena adolescencia en la que mi querencia por el club azul se hizo más intensa, si cabe, que en la infancia.

Chuso era un jugador especial. Luchaba de principio a fin en cada partido, disputaba muchos balones, estaba encima de las jugadas. Sin embargo, se puede decir que apenas protagonizó lances conflictivos en los que se hiciera acreedor a amonestaciones, en los que tuviese escaramuzas con los rivales.

Con o sin barro, era un jugador elegante que iba a por el balón sin apenas cometer faltas llamativas, algo muy poco habitual en aquellos tiempos en los que la dureza en el juego estaba a la orden del día.

Andando el tiempo, tuve noticia de sus lesiones que terminaron por apartarle del fútbol. Perdimos a uno de los nuestros en el campo, a un canterano que no tardó en ganarse el cariño de la afición por su entrega y por su calidad.

Bien pensado, no es tarea fácil vaciarse durante los noventa minutos y, al mismo tiempo, no incurrir apenas en faltas, ni en jugadas merecedoras de protesta a la hora de quitar el balón al rival de turno.

Eran los años en los que la camiseta del Oviedo tenía una tonalidad más clara, parecida a la del Celta de Vigo; eran los años en los que resultaba muy fácil memorizar la alineación de nuestro equipo, cuando la mayoría de los futbolistas procedían de la cantera. A decir verdad, todo fue muy efímero, pues nuestro equipo no se consolidó en la élite del fútbol. De todos modos, los éxitos azules contribuyeron mucho a sobrellevar las crisis de la adolescencia, crisis en plural.

Viendo jugar al Oviedo, no había que decidir nada, apretar los puños, morder los labios, saltar en la grada, vivir todo aquello con enorme intensidad deseando victorias que nos ayudaran a sobrellevar la semana, ansiando que, al domingo siguiente, el triunfo se repitiese. Éramos invisibles, pero estábamos con aquellos once jugadores que formaban parte de nuestros anhelos. Nuestros sueños de glorias tenían color azul, y eso es algo que nunca dejamos sentir, ni siquiera en las sucesivas etapas de la vida que vendrían a continuación.

Y en aquella adolescencia estaba Chuso, que tenía una trayectoria que no sólo avalaba su calidad como futbolista, sino que además era un jugador con enorme proyección. De hecho, sus lesiones malograron que el Madrid lo fichase, malograron un salto que lo hubiese situado en la historia de la élite del fútbol español.

Pasó el tiempo, mucho tiempo. Creo que fue en los años noventa, o a principios del presente siglo, cuando tuve noticia de que Chuso seguía por Oviedo, por su Vetusta.

Y, como se sabe, muy recientemente, falleció. Me dolió, con su muerte, mi adolescencia y me asombró, con estremecimiento, conocer textos suyos, por cierto, envidiablemente escritos, en los que muestra una sensibilidad admirable y conmovedora. También desconocía que fuese hermano de Milio ’l del Nido, con el que compartió la ironía y la vocación literaria.

‘Vetusteando’ no es sólo una memoria de su paso al filial del Oviedo desde su infancia en Ciudad Naranco, es también un excelente relato.

Y, a propósito de relatos, cuando se leyó el día 10 de diciembre, en el homenaje que se organizó por parte de la Asociación de Vecinos de Ciudad Naranco, un texto suyo que contaba cómo vivió la llegada del hombre a la luna, texto que ubica en un chigre del occidente de Asturias, donde siguió aquel acontecimiento en la televisión del bar, puedo asegurar que se trata de una narración que reúne todos los ingredientes de la mejor literatura: ironía, ternura, costumbrismo, asombro.

Bien pensado, parece que todo encaja. Chuso fue, en su corta y fulgurante carrera deportiva, un futbolista atípico. Lector voraz, autor de textos donde la ternura y la ironía sintonizan de la mejor manera posible.

Estoy seguro de que su afán por la lectura le hizo ver con claridad que una de las tareas vitales a la que todos tenemos que enfrentarnos es la de inventarnos y reinventarnos.

Se forjó y se inventó como futbolista sin perder nunca de vista sus orígenes. Las lesiones, más tarde, le obligaron a reinventarse, al modo que plantea Ortega en las palabras que encabezan este texto.

Chuso, futbolista y, ante todo y sobre todo, novelista de sí mismo, original y no plagiario.

Estoy convencido de que, a lo largo de toda su andadura vital, tras haber abandonado el fútbol, en cada etapa de su vida, se noveló a sí mismo, en el silencio y soledad al que obliga la escritura, en los clamores de una vida que el propio interesado quiso que fuese contada y revivida.

En esta ciudad tan llena de estatuas, no todas marcadas por la excelencia artística, nos falta la presencia esculpida de Chuso en Ciudad Naranco. Nos falta ese partido que le rinda homenaje. Nos falta reconciliarnos con nuestros recuerdos, de los que Chuso forma parte hasta lo omnipresente.

Ascendió con el Oviedo a la División de honor. Narró la llegada del hombre a la luna. Fue un extraordinario novelista de sí mismo, al que en medio de dramas y frustraciones, le acompañó siempre la ironía.

Aquel barro del viejo Tartiere, aquel físico que podía recordar a Zoco, aquel afán de perfeccionarse como futbolista, aquellos testimonios de sus trabajos y sus días tan maravillosamente contados.

Chuso, desde el centro del campo del viejo Tartiere, glorifica recuerdos de quienes vibramos con su juego.

Juego limpio.

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Sobre el autor

Luis Arias Argüelles-Meres es escritor y profesor de Lengua y Literatura en el IES "César Rodríguez", de Grao. Como columnista, publica sus artículos en EL COMERCIO sobre,actualidad, cultura, educación, Oviedo y Asturias. Es autor de los blogs: Desde el Bajo Narcea http://blogs.elcomercio.es/desde-el-bajo-narcea/ Desde la plaza del Carbayón http://blogs.elcomercio.es/panorama-vetustense/


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