No fallamos. En casi todos los funerales al dar el pésame a los familiares del difunto o en los corrillos que se organizan delante de la iglesia o en los modernos tanatorios se escuchan con frecuencia frases como: “Era una gran persona”, “era un chico estupendo”, “era una madre ejemplar”. Aprovechamos entonces para resaltar las cualidades del finado con profusión de comentarios y de gestos. Todo ello a posteriori, una vez que el fallecido es eso, una persona que ha finalizado su existencia, pasando a mejor vida. Nos sale de dentro. Es como si apareciese un sentimiento que había estado escondido y de pronto aflorase con espontaneidad y se nos olvidasen por ensalmo las acciones negativas que el muerto había realizado en vida y que sí comentábamos, sin embargo, cuando estaba entre nosotros, abiertamente y poniendo mucho énfasis.
La única pena es que el muerto no se entera ya, no le sirve de nada, no puede sonreir y ni siquiera alegrar su semblante. Su corazón no se conmueve y no puede gozar de tales alabanzas. ¡Y son tantos los que las habrían echado de menos durante su existencia! No es que no sirva a la familia de consuelo, pero no es lo mismo pues a quien le interesaba oirlo está ya en otro mundo. Así pasa que muchos se mueren sin saber si los demás les quieren, les admiran y les van a echar de menos cuando no estén presentes. Estamos sedientos de tales muestras afectivas, entre otras razones para seguir viviendo con cierta ilusión y cierto encanto y para animarnos a seguir realizando buenas obras y sin embargo parece que la gente espera a nuestra marcha para hablar bien de nosotros y les cuesta y nos cuesta trabajo reconocer los méritos y hacérselos saber mientras están en vida. Nos sale por el contrario con más facilidad de nuestros labios el reproche cuando no hacen bien algo o no casa con nuestras expectativas. Esto es una constante entre nosotros.
Por tanto no se puede esperar a que nuestros seres queridos y amigos y colegas se ausenten de este mundo para que sepan que se les tiene aprecio y que les valoramos. Tenemos que decir de vez en cuando qué bien nos cae la gente, qué agradecidos les estamos, qué contentos estamos de tenerlos por amigos, tenemos que expresarles sin remilgos lo que nos gusta de ellos, cuales son sus talentos y virtudes. Tenemos que transmitirles la buena opinión que tenemos de sus comportamientos y expresar nuestros mejores sentimientos. Tendríamos también que pedirles perdón si les hemos ofendido en lugar de esperar a arrepentirnos luego cuando ya están ausentes. No se puede esperar a volver del cementerio porque en cuanto menos lo esperen y esperemos estamos en la otra vida, en cosa de un suspiro, y entonces es muy tarde.