Aunque fui educado en un ambiente de gran disciplina y austeridad,
no voy a defender ardientemente que cuanto más espartana sea nuestra educación
y la de nuestros hijos, mejor, pero no renuncio a defender las enormes ventajas
que el aprendizaje del autocontrol de los impulsos personales tiene para
nuestra salud psicológica, física y moral. Para que un ciudadano pueda
interiorizar ese autocontrol de sus impulsos es preciso que antes haya pasado
por un control externo que procede de los padres, de la institución escolar y
otras instancias. Ese control externo acaba por interiorizarse y el individuo
lo hace suyo. Si una persona se empeña en salirse siempre con la suya, en hacer
lo que le demandan sus gónadas y no hay quien ejerza  sobre él un freno razonable, una presión
contenedora hasta un cierto nivel, crecerá pensando que todo el campo es
orégano y no se detendrá a pensar las consecuencias de satisfacer por sistema sus
tendencias placenteras. Uno de los peores daños que una personas puede auto infligirse
emana o procede de su afán de hacer casi siempre lo que le apetece, elevando la
apetencia a un pedestal que no merece. Digo casi siempre porque no está
contraindicado actuar en esta vida llevados del principio del placer. Al
contrario es sano y saludable en dosis razonables. Pero si uno rehúye la
frustración por sistema y el enfrentarse a retos y contratiempos y sólo busca
el placer de sus actos, se verá destinado más pronto que tarde a perder el
control sobre su alimentación, su salud, sus gastos, sus maneras de comportarse
socialmente, su lengua y hasta de sus bienes en casos especiales. Por eso es
tan importante ser educado en la disciplina externa para llegar a ser una
persona auto disciplinada, con dominio sobre sus compulsiones. Es una excelente inversión
en salud a todos los niveles. El autodominio también proporciona placer, aunque
no lo parezca. Y aunque hoy no se cotiza al alza lo del autodominio y existen
muchos elementos disuasores, sin embargo es altamente saludable, como siempre
lo fue.