Sobre los contratiempos que ya todos, en mayor o menor medida, veníamos soportando, se ha unido ahora la pandemia del virus, que ha trastocado muchas de las áreas de nuestra vida y eso aumenta el estrés y la tensión que se percibe en nuestras relaciones personales.
El coronavirus nos ha traido una ralentización de muchas de nuestras actividades. Colas para los hiper y supermercados, para los bancos, para las gestiones en oficinas y con la administración, especialmente. Colas, colas y colas y lentitud obligada.
Toca ahora esperar y ejercitar la virtud de la paciencia a la que no estábamos acostumbrados. La impaciencia se combate con la paciencia y esperar es un buen recurso, si sabe aprovecharse. Si no, nos encontraremos con la frustración, que es mala compañera.
Saber esperar, por tanto, nos puede relajar, porque desacelera nuestro ritmo. Y dentro de esta espera está aguantar que el virus pase, lo que no parece estar a la vuelta de la esquina.
Pero además, dado el mal humor que muchas personas experimentan por las limitaciones del covid-19 y la irritabilidad que sentimos cuando nos encontramos con obstáculos, viene bien respirar hondo y no reaccionar bajo ese estado para no complicarnos la vida, pues la irritabilidad altera nuestras relaciones personales, al alterar el tono con el que respondemos. Pero además la irritabilidad va contra nuestro sistema cardiovascular, porque tiende a elevar la tensión arterial.
La pandemia puede tomarse como un grave inconveniente, que lo es, o como un reto para poner a prueba nuestra resistencia al estrés.
Esta es una línea indicada, aunque sea difícil entrenarnos.
Paciencia, serenidad, aceptar lo que es irremediable e inevitable y no perder el control. Ahí reside la clave para no desgastar más la salud, ya atacada por diferentes flancos.
Tocas esperar de buen humor, amigos.