Ya se vienen oyendo voces agoreras y cuasi apocalípticas anunciando que el invierno será durísimo, que nos preparemos porque vendrá el desastre, que escaseará el gas, el frio encogerá nuestro cuerpo, subirá la luz (más?) y el paro, la inflación seguirá disparada, se habrá acabado la era de la abundancia, seguirá la guerra de Ucrania y sus secuelas para nosotros y un largo etcétera. El caso el meternos más el miedo en el cuerpo, más que nos lo habían metido con la pandemia. El caso es sembrar el terror entre nosotros y que se nos encoja el ánimo y disfrutemos lo menos posible de la vida. Pues no. Agoreros no faltan, aunque sea verdad que no serán los próximos meses una camino de rosas. Pero ¿acaso lo ha sido siempre y hasta ahora?
No, amigos, no conviene que nos dejemos angustiar por esas predicciones en parte interesadas en que el miedo no invada y nos bloquee.
Dos razones aduzco para hacer frente a tanto pesimismo. Una es que penséis si todo lo que os preocupó en la vida se cumplió a rajatabla y observareis que no fue así o, si algo se cumplió, no fue con la gravedad con que vuestra preocupación lo anticipaba. Y la segunda es que el futuro no existe, que lo que existe es el presente y ahí es dónde debemos centrar nuestra atención para sacarle partido a cada hora, cada día.
Cuando venga el otoño y el invierno lo afrontaremos bien, si tenemos el ánimo entrenado en hacerlo y muy mal si conseguimos que los agoreros exageren el temor a nuestros males. Sobre todo lo curioso es que suelen ser los agoreros los que no lo pasen tan mal cuando llegue el invierno, porque ya viven bien.
Así que en nuestra mano está no sucumbir a tanto pesimismo, porque entre tanto se nos pasa la vida y los momentos presentes sin sacarles el partido debido.
No os preocupéis. Al llegar la primavera veremos, mirando hacia atrás, que no ha sido tan terrible ni el otoño ni el invierno, aunque las condiciones no sean muy favorables. Y que nadie nos privó de disfrutar a pesar de las condiciones que tengamos.