¿A quien lo le gusta o le ha gustado hacer que un amigo, familiar o ciudadano cambie de actitud o de comportamiento, porque el suyo nos molesta o pensamos que el cambio le interesa?
Siempre es difícil conseguir tal propósito porque la resistencia al cambio está en nuestro repertorio de actitudes.
Voy a dar tres pistas de cómo conseguir que el otro cambie y que, de aplicarlas, suelen dar resultado, no exento de esfuerzo tanto por parte del emisor como por parte del receptor de las recetas.
La primera es tratar de convencer, dialogando, y aportando razones de que el cambio tendrá ventajas para todos.
La segunda es forzar su cambio, encontrando la forma, no siempre fácil de hallar.
Y la tercera es conseguir que no tenga más remedio o sufrir el escarmiento, dicho sea en lenguaje sencillo o en Román paladino.
Pongamos un ejemplo conocido para facilitar la comprensión de las tres formas.
Piénsese en el tabaco y lo que se suele hacer para que los fumadores abandonen el hábito. La forma más sencilla, pero no convincente a la vista de los hechos, es poner en la cajetilla la o las razones que aconsejan dejar de fumar: “Fumar mata”.
Una razón sencilla para convencer, pero no convence a todos. La segunda es subir el importe del tabaco o prohibirlo en determinados lugares, lo que sin duda hará que muchos fumadores reduzcan o abandonen, sobre todo si el precio es elevado.
Y la tercera es cuando el fumador se encuentra con un cáncer o un enfisema pulmonar y se juega la vida. Esto escarmienta a la mayor parte de los pacientes.
Ahora te toca a ti, padre, madre, esposo, esposa o compañera, jefe o empleado, amigo o compañero de trabajo elegir una de las tres vías y ver el resultado.
Advierto que, salvo la primera forma, la segunda y la tercera son difíciles de encontrar pero no es imposible conseguirlo. Hay que ponerse a ello y estrujar las neuronas.