El debate de investidura fue todo lo caótico que cabía esperar. Tras ocho horas de debate resultaba imposible distinguir quién hablaba como candidato, quién como portavoz, y a quién se dirigía el diputado que estaba en uso de la palabra. Hagamos un balance de urgencia.
El clima del Parlamento se ha degradado: provocaciones, burlas, ante la indiferencia de la Mesa. Las exposiciones no fueron farragosas, con la excepción del primer turno de Luis Venta, que resultó de muy difícil digestión. La mejor intervención fue la pronunciada por Gaspar Llamazares, por la forma y por el fondo. Se dirigió a la Cámara sin leer papeles, lo cual es muy de agradecer, y situó la cuestión en el sitio justo donde debía abordarse: tres candidatos, ajenos a cualquier mayoría parlamentaria, recitando sus programas electorales. Nadie hizo los deberes, empezando por Javier Fernández, el líder más votado, que no realizó ningún intento de negociación. El debate de investidura quedó totalmente devaluado. La exposición más exótica fue la de Nicanor García (Ciudadanos), que dedicó tres cuartas partes de su tiempo a exponer el programa de su partido. Parecía que se trataba de un cuarto candidato a ser investido como presidente. En el segundo turno ya jugó el rol que le corresponde a un portavoz parlamentario. Muy llamativas las dos intervenciones de Mercedes Fernández, por las críticas efectuadas a Llamazares, que rozaban más lo personal que lo puramente político. Cristina Coto hizo una exposición rigurosa de los tres años de gobierno de Javier Fernández, aportando los datos oficiales, de los que escapa el presidente en funciones como alma que lleva el diablo. Los dos portavoces de Podemos, al igual que Emilio León, se nota que son socios nuevos en el club. Aportan enfoques novedosos, pero todavía no se percataron que cuando el campo está embarrado no se puede hacer juego bonito: te lesionan y pierdes el partido.
El personaje del debate de investidura fue Fernando Lastra. En la primera intervención ejerció de profesor, sin alumnos; justificó que en la sesión de investidura no pudieran los diputados votar “no”; y ridiculizó a Cherines recurriendo a formas sonrojantes: “soy rebelde”, “estoy ilusionada”. Y a la tarde actuó con estilo matonil abroncando a Daniel Ripa. En determinados ocasiones de cada mandato Lastra necesita demostrarle a Javier Fernández que es insustituible. Un trabajo de profesional.