La dimisión de la consejera de Educación, Lydia Espina, no constituyó una sorpresa. Los huelguistas la pedían todos los días y el presidente del Principado la desairó ante los enseñantes y la sociedad asturiana cuando anuló su decisión de acabar con la jornada de verano en el curso escolar. Cuando un político pierde la credibilidad, lo más oportuno es dejar el cargo para que otro asuma su responsabilidad.
La exconsejera escribió una carta de despedida al presidente del Principado donde acertadamente señaló que «no puedo ser parte de la solución que, estoy convencida, terminará por alcanzarse». En la misiva reconoció que «he cometido errores» y transmitió una preocupación: «que el conflicto acabe deteriorando la confianza y la percepción de la sociedad asturiana sobre la educación pública». Todo puede ocurrir, pero con el malestar tan profundo del profesorado tampoco se puede avanzar. Antes de finalizar quiso recordarnos que la educación pública asturiana está «a la cabeza de todas las evaluaciones nacionales e internacionales». Hay que ser prudente en todo aquello que es medible. En el Informe Pisa tuvimos la mejor calificación en 2012, diez años más tarde (2022, última evaluación) estábamos por debajo. En el conjunto de España se pude corroborar el juicio de la exconsejera, pero a nivel internacional estamos muy lejos de los países punteros.
La primera consecuencia de la dimisión fue la suspensión del Consejo de Gobierno a la que probablemente haya colaborado que el presidente del Principado no estuviera en su despacho, lo que permitió al líder de la oposición decir que «no hay nadie al volante». La ausencia de Barbón, al parecer en un breve viaje privado, dio para muchas comidillas (unos amigos me dijeron que lo vieron el sábado en Castropol), pero no impidió que se reanudara la negociación entre el Gobierno y los sindicatos. La vicepresidenta, Gimena Llamedo, y el portavoz del Ejecutivo, Guillermo Peláez, estuvieron reunidos con los portavoces sindicales y a las dos horas dieron por terminada la sesión, fijando para mañana, miércoles, el próximo encuentro. Veamos: primera reunión el viernes; sábado y domingo en blanco; lunes, dos horas de debate, y la siguiente cita, el miércoles. La táctica parece clara: más que negociar, apuestan por dilatar, a ver si el castigo a la cartera hace que las ‘camisetas negras’ cambien de atuendo. El Gobierno trabaja el punto débil de los huelguistas; dimitida Espina, tendrán que descubrir ellos el punto débil del Ejecutivo.