Adrián Barbón, el primer asturiano que supo con certeza lo que iba a pasar en la Consejería de Educación, resolvió la dimisión de Lydia Espina eligiendo para negociar con los sindicatos de la educación pública a los dos pesos pesados de su Gobierno, la vicepresidenta, Gimena Llamedo, y el consejero de Hacienda, Guillermo Peláez. Resuelta la primera urgencia, ha decidido dejar el cargo de consejero de Educación sin titular por un periodo de tiempo indefinido. De forma transitoria, la consejera de Cultura, Política Lingüística y Deporte, Vanesa Gutiérrez, asumirá las competencias de Educación. Hace algo más de un año, Barbón optó por remodelar su Gobierno, agradeciendo los servicios prestados a Melania Álvarez, exconsejera de Derechos Sociales y Bienestar, que en la carta de despido ya llevaba el nuevo empleo: senadora por designación autonómica. En aquella ocasión, el presidente del Principado se atrevió a diseñar una macroconsejería donde estaban juntas la Cultura y el Bienestar Social, con Vanesa Gutiérrez como consejera de ambos departamentos, que por primera vez aparecían unidos en la historia autonómica española. Luego, rectificó. Traigo esto a colación, porque entonces y ahora, para situaciones de emergencia, Vanesa Gutiérrez es el valor más sólido del Ejecutivo a ojos de Barbón. Además, estuvo en la foto de la sidra que fue, sin duda, lo más positivo de los dos años de legislatura.

Fue la noticia de la mañana; a la tarde todas las miradas estaban puestas en la negociación de Llamedo y Peláez con los portavoces de los cinco sindicatos que están representados en la Junta de Personal Docente. En contra de lo que se pudiera prever, las camisetas negras estuvieron más activas que nunca, como si las siete jornadas de huelga, con el recorte del sueldo, no pesara en la mochila. De pie, corearon consignas a pocos metros de los negociadores. Me sorprendió que maestros y profesores tuvieron como lema favorito, «Ni un paso atrás», histórica consigna de los comunistas en el cerco de Stalingrado, rodeados por la Wehrmacht; quizás la batalla más encarnizada de la Segunda Guerra Mundial (dos millones de muertos).

Cuando escribo estas líneas llevaban más de siete horas reunidos, con recesos por el medio que dieron paso a contrapropuestas. Hay ganas de zanjar las desavenencias, pero en las negociaciones sindicales, mientras no se cierran, puede pasar cualquier cosa. El fracaso sería muy negativo para ambas partes. La rotura del diálogo llevaría a un escenario inimaginable.