¿ME SEPARO O NO ME SEPARO?

La decisión de separarse o no es siempre dramática. Tan dura que hay muchas personas que no se ven capaces de dar ese paso, abrumados por el miedo a la soledad, al cambio, al qué dirán y quizás al vacío. Y prefieren, ahora ya menos que en otros tiempos, seguir coexistiendo o en el peor de los casos deteriorándose con tal de no dar el campanazo ante los hijos, la familia, los amigos y quienes les conocen o por qué no decirlo, por no dar el brazo a torcer y tener que ceder y prescindir de cosas que tanto esfuerzo costó conseguir.
Hasta llegar a separarse son muchos los altibajos, las dudas y vacilaciones que se sufren.
A veces la culpabilidad, la angustia, la pena y la falta de valor se alían e impiden dar el paso y se tira adelante arrastrando la vida, sin ilusión, sin atracción y sin cariño, buscando furtivamente otras caricias y contactos, no siempre suficientes.
Muchas veces son los hijos y el miedo a hacerles daño los que frenan la decisión, sin darse cuenta de que vivir en ese ambiente de tensión y desgarro les produce más daño.
El ser humano en el terreno emocional suele ser inmaduro, cuando se trata de afrontar la realidad de un cariño marchito.
¿Separarse? No es fácil, no es sencillo, no es como elegir comer una fabada o un bocadillo.
Otras veces esperamos que sea el otro quien decida por nosotros para facilitarnos ese paso y aliviar el peso de nuestra responsabilidad.
Sin embargo separarse debería ser una decisión tomada, si sabemos que en la balanza pesa y pesará más seguir, desgarrando nuestra vida y anulando nuestra ilusión y nuestras ganas de vivir. Nadie está condenado de por vida a compartirlo todo con quien ni se quiere ya ni se desea. Todo tiene su tiempo y acabado lo bueno, si es que lo hubo, procede tomar otro camino.
Eso si, antes hay que agotar las posibilidades de reflotar el barco, pero cuando se hunde, procede abandonarlo antes de hundirnos con él y acabar malparados.